Un destino (des)conocido


¿Es posible sentirse parte de varios sitios a la vez? ¿Qué es lo que crea ese sentimiento de pertenencia a un lugar determinado? 
Esta cuestión invadió mi mente mientras, desde el avión, observaba por la ventanilla un perfecto cielo azul salpicado por pequeñas nubes con forma de palomitas. 
"Prepárense para el aterrizaje" anunció el comandante con su autoritaria voz, que a su vez transmitía seguridad. 
Mientras que el avión descendía y nos acercábamos a nuestro destino, cada vez se apreciaban mejor el mar, las playas, la forma de las costas y el relieve de la isla. Azul, dorado, verde, bronce... Cada color evocaba una sensación diferente, y con cada sensación un recuerdo, un sabor, una persona... Es curioso como uno puede volver mil veces a un mismo sitio, a un lugar que es casa, y sin embargo experimentar nervios e incluso una inexplicable ilusión por volver a las playas de siempre, a recorrer calles, bares, restaurantes cuyas cartas podrías recitar de arriba a abajo; por reencontrarte con esas personas que tanto echas de menos y que forman parte de todos esos colores que veías desde la ventanilla del avión; por volver a crear nuevos recuerdos. A su vez te invade una sensación de curiosidad por saber qué habrá cambiado, qué cosas descubrirás esta vez; y una sensación de nostalgia que trae consigo un sabor amargo por aquello que sabes que ha cambiado, por esas personas que ya no te recibirán con una sonrisa porque se fueron antes de que tu regresases. Pero bajas del avión y sientes la brisa y el calor de lo conocido, abres tus brazo a lo que llega, a lo nuevo por descubrir, y aceptas el cambio. Porque tú también has cambiado, y eso ni es bueno ni es malo. Es vida. Y lo que nunca cambiará ese ese sentimiento de pertenencia a un lugar que, pese a no ser tu lugar de nacimiento, te vio crecer, reir, llorar, te vio cambiar, te hizo vivir. 
Y tú... ¿conoces esa sensación? 

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