¿Qué llevarías a una isla desierta?
Este año llegó a mis manos, en forma de regalo y gracias a un amigo, un conocido clásico literario: El señor de las moscas, de William Golding. A decir verdad, nuca fue un libro que me atrajese, a pesar de las buenas críticas. Sin embargo este verano, teniendo tiempo y con las ganas de rescatar algún título de mi estantería, decidí darle una oportunidad. Y no me defraudó.
El autor, gracias a sus exquisitas descripciones, consigue introducir al lector en una isla desierta donde un grupo de niños trata de sobrevivir a una inesperada nueva vida sin adultos. Las hermosas imágenes de esta isla paradisíaca se van disipando a medida que la acción avanza, al ir poco a poco descubriendo el carácter y la personalidad de cada uno de los pequeños personajes en sus intentos de establecer algo de orden en su nueva y libre vida isleña. La paz inicial poco a poco va desapareciendo, dando lugar a una desgarradora violencia que se convierte en la (¿única? ¿más efectiva?) arma de supervivencia. Y es en este momento crítico de la historia en el que Golding nos hace reflexionar, plantearnos si la verdadera naturaleza del ser humano, y más concretamente la de los niños, es violenta. Estas "flores del mal" brotan del interior de los niños más astutos, fuertes y decididos del grupo, transformando la inocencia en crueldad, mostrando una naturaleza egoísta, ausente de solidaridad y de empatía. Según se demuestra entre líneas, reina la ley del más fuerte: la identidad primitiva del ser humano es la principal característica de esta alegoría que Golding hace de la sociedad. ¿Puede entonces la razón ganarle el terreno a esta crueldad?
Al terminar de leer la novela no pude evitar sentirme algo atemorizada ante la triste verdad que muestra Golding: somos seres salvajes. Una afirmación que, aunque obvia, muchas veces se nos pasa por alto. Sin embargo, a la mayoría nos resulta muy fácil perder "las formas" en situaciones que impliquen cierta tensión o desesperación. Afortunadamente, esta salvaje realidad se ha visto "domesticada" tras años de evolución, permitiéndonos barajar otras opciones más allá de la violencia, como el respeto o la empatía frente al egoísmo y a las ciegas ansias de poder que provoca el bárbaro comportamiento de uno de los protagonistas. Aunque bueno, visto así aún me viene a la mente algún que otro personaje no tan ficticio que no se aleja mucho de este comportamiento previamente descrito.
De todas formas, discrepando un poco y de vuelta a la calma detallada en las primeras páginas de la novela, yo todavía confío en ese lado "no tan oscuro" del ser humano. Eso sí, quizás la próxima vez que alguien me pregunte sobre los objetos que me llevaría a una isla desierta, dejaré algunos en casa e incluiré un poco de sentido común y humanidad a la lista.
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