De cómo el erasmus te cambia la vida
Hace ya casi dos años que comenzaba
la que sería la mejor aventura de mi vida. Aún me acuerdo con exactitud de la
despedida en el aeropuerto: las ganas por descubrir un país desconocido, las
expectativas de una vida llena de libertades y nuevas experiencias se entremezclaban
con la morriña que empezaba a surgir al leer un “ya te echo de menos” en los
ojos de mi madre al atravesar el control de seguridad. Y allí quedaba mi yo pre-erasmus,
mientras que un nuevo proyecto de persona se iba preparando al cambio. Y
tremendo cambio.
El comienzo, como siempre, no es
fácil. Los primeros días uno puede sentirse algo más solo, más perdido o
desubicado, vagando sin rumbo aparente por calles desconocidas, por los
pasillos de un supermercado con precios desorbitados o tratando de encontrar el
aula correcta en medio de un campus para el cual hace falta un mapa. Sin
embargo, lo que en un principio te puede parecer enorme y desconocido, pronto
se convierte en algo pequeño, acogedor. Se vuelve cómodo, agradable. Se vuelve
casa. Y proporcionalmente, tú te vas haciendo grande. Ya empieza lo bueno. Y en
ese preciso momento en el que aprendes a querer a esa pequeña ciudad a la cual
observabas con curiosidad desde el avión el día de tu llegada, en ese momento,
la ciudad empieza a regalarte cosas. Tu vida gira alrededor de fiestas, noches
que nunca se repiten pero que siempre sorprenden, lugares maravillosos por los
que quizás nunca habías sentido curiosidad y que ahora se han convertido en tus
favoritos, amaneceres desde la ventana de un bus camino a un nuevo destino,
atardeceres en un parque en medio de un picnic con amigos. El erasmus es
efímero, y eso lo sabes, y por eso vives cada día como si fuera el último,
tratando de exprimir cada momento. Los domingos de peli y manta desaparecen, y
los cambias por un billete de tren cogido en el último momento. ¿Destino?
Cualquier punto virgen del mapa, territorio por explorar.
Las risas forman parte de tu día
a día, tu mente se abre. Aprendes a ver lo bonito de las personas, lo
maravilloso de compartir opiniones y gustos con gente de culturas tan diferentes.
Y te sientes como si estuvieras en medio de la ONU, mientras que compartes un
café y unas cuantas carcajadas con un grupo de personas que, unidos por la
misma lengua y la misma sensación de vivir, son ya parte de tu familia. Descubres
que sí, que compartir es vivir. Y vivir es lo que cuenta durante ese año. El
Carpe Diem se junta con el Living Young, Wild and Free, y menuda combinación.
El erasmus te enseña a apreciar las pequeñas cosas, a que cualquier día, por
muy aburrido que parezca, siempre se puede tornar en un día inolvidable. A que
con muy poco se puede hacer mucho. Te enseña a enamorarte de la vida, pero
también de las personas. Creo que nunca en la vida vuelves a experimentar
tantas emociones positivas en un periodo tan corto de tiempo. Porque sí, todo
lo bueno tiene su final. Y cuando menos lo esperas, el Carpe Diem se convierte
en Tempus Fugit y te ves de nuevo en el aeropuerto, volviendo a casa. ¿A casa?
Desde luego, ya no es tu único hogar. Entonces vienen las lágrimas, las
despedidas y las promesas de futuros reencuentros.
Dejas atrás tu vida erasmus para volver a tu antigua vida. O eso es lo que
piensas. Pero no. Porque como bien es sabido, Once and erasmus, always an erasmus. Y tu vida nunca será igual que
antes, porque tú ya no eres igual. Eres una nueva persona, tu mente está llena
de mundo, ya no existen fronteras. Y aunque la vuelta es dura, y cueste decir
adiós, lo bueno es poder adaptar la esencia de todo ese año en los siguientes de
tu vida. Y aunque esta no sea la clave de la felicidad, ayuda.
Hoy, mientras escribo esto, no
puedo evitar esbozar una sonrisa tonta pensando en los buenos momentos que me
regaló el erasmus. Pensando en mi yo de antes y mi yo de ahora. Viajando por
cada uno de esos instantes, buenos y malos, que me hicieron crecer.
Dos años después, y tras seguir
descubriendo el mundo al reencontrarme con las personas que marcaron mi vida durante
ese año, no puedo sino recomendarle a los que aún se lo están pensando que no duden,
que salgan. Porque al fin y al cabo, la esencia del erasmus no se encuentra
leyendo sobre ello, sino viviéndolo. Y es que hay que vivirlo.
Buenas experiencias que abren también la mente y son muy recomendables. Durante un tiempo tuve un blog http://familiaporskype.blogspot.com.es/ sobre la experiencia desde el otro lado, el de los padres y a pesar de que nos cuesta, es una gran oportunidad que no se puede dejar pasar. Saludos
ResponderEliminarMe parece muy bonito e interesante ese blog! Si, a veces se nos olvida que dejamos en casa a gente qu enos echa de menos a diario, pero como tú dices, ellos saben mejor que nadie lo que es bueno para nosotros. Un besiño!
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