La princesa de los labios de chocolate


Carta abierta a mi princesa de los labios de… chocolate, cómo no:

11 de Noviembre. Paseando por Burdeos veo como todos los franceses tienen algo que celebrar.  Y algo importante, pues el armisticio de la gran guerra es algo que no se puede olvidar. Banderas francesas ondean en autobuses, balcones y edificios importantes. Es un buen día, por toda la ciudad existe cierta calma, cierta tranquilidad. Y bueno, en cierto modo esa paz va acorde con el motivo de la celebración. ¿Pero sabes qué es lo que de verdad me transmite paz? El saber que te tengo, que estás ahí. Que para mi la paz la trajiste tú un 11 de Noviembre hace ya 17 años. 

Cierro los ojos. Flashback. 2001. Volvíamos del cole un día cualquiera en el bus. Nos bajamos y nos vino a recoger la abuela. Cuando venía la abuela siempre eran tardes felices, de mimos y larpeiradas. Ya estaba empezando a imaginarme cuál sería la golosa sorpresita que nos depararía la merienda de camino a casa. Un donut, un bocata de nocilla, merendar mientras veíamos la tele (algo prohibido si mamá estaba en casa). Lo que no me esperaba ver al atravesar la puerta de casa y llegar corriendo al salón era un bollito. Bueno, así es como te llamaría más adelante. Mi bollito. Sí, ahí estabas tú, mi hermanita pequeña. Llevaba varios meses con ganas de conocerte, pero cuando te vi en el colo de papá no sabía cómo reaccionar. Me pareciste tan frágil, tan pequeña, tan irreal. Mi mente de 6 años no concebía la idea de que ya eras una parte más de casa. Eras la pieza que faltaba. Y aunque no lo sabía, fuiste un regalo de navidad adelantado. 
Si avanzamos un poco la cinta, nos encontramos con instantáneas muy graciosas: yo debajo de tu cuna cantándote para que te durmieras, tú metiendo nuestras Bratz en el puré mientras intentábamos darte de comer, tú mostrando una sonrisa juguetona entre burbujas un día de baño cualquiera, yo leyéndote un cuento antes de dormir, tu primer día de cole, el día que me hiciste llorar sin parar en tu primera actuación de coro (y la segunda, y la tercera…), tu primera salida nocturna robándonos la ropa… pasando por la edad del pavo y tus “déjame en paz” que todos sufrimos pero que son ley de vida. 
Sé que ahora, con tus 17 años y sacándome dos cabezas ya no eres un bebé. Eres toda una chica, dispuesta a conseguir todo lo que se proponga y a comerse el mundo con patatas, pisando fuerte allá donde va, desbordando una personalidad que quién me la diera a mi a tu edad. Sin embargo, ya sabes que para mi siempre serás esa cosita frágil que atrapó mi corazón cuando te vi, sintiendo en ese momento la necesidad de cuidarte. Siempre. Ingenua de mi, lo que no sabía es que tú también habías venido para cuidar de mi. 
Sin embargo, también quiero que sepas que yo conozco tu secreto. Yo sé que sigues siendo ese “bollito”, relleno de dulzura y alegría. El bollito al que acudes cuando estás triste para que endulce tus días. El que te crea una cierta debilidad. Porque sí, si tuviera que decir cuál es mi debilidad en este mundo: esa eres tú. Con 1, 10 o 17 años. Es algo difícil de explicar, pero muy bonito de sentir. Todos deberíamos tener un 11 de Noviembre en nuestro calendario, un día en el que recordar cuál es el ingrediente secreto que aporta dulzura a nuestras vidas. Ojo, que pueden ser muchos. Gracias por ser uno de los míos, el que no falta jamás, por muy llena que estés. Mi hada del azúcar que me hace sentir bien con un simple toque de varita. Ese toque final, el postre de la casa. 
Te quiero, mi dulce princesa.



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