La montaña

Miró hacia arriba y de repente sintió un escalofrío. Pero no era un escalofrío normal, porque el calor era abrasador y podía sentir las gotas de sudor deslizándose lentamente por su frente, despacio, como si quisiesen escapar ante tal desafío. En parte podía comprenderlas, él también quería huir. Pero no, esta vez no. Quería demostrarse a sí mismo de lo que era capaz. Tras varios intentos fallidos, este sería el definitivo. Lo tenía claro. Decidió ponerse en marcha: poco a poco, lentamente, paso a paso. Algo que para algunos resultaba sencillo, pero que su cuerpo necesitaba recordar. Mientras trataba de mantener una marcha continua, le vino a la mente aquella vieja y pegadiza canción de su infancia “izquierda, izquierda, izquierda - derecha - izquierda” Esbozó una sonrisa irónica acompañada por el breve movimiento de sus pupilas hacia el cielo: qué forma tan estúpida de mantener la mente ocupada. Pero efectiva al fin y al cabo. Continuó, concentrado, el camino. Tras un par de horas de marcha, se sentía mucho mejor. Más confiado, más ligero. Esto se le daba bien. A este paso no sólo llegaría rápidamente a la cima, sino que lo haría incluso antes del tiempo previsto. Empezó a pensar en todo lo que haría llegado el momento. No le llegaban los dedos de la mano para enumerar sus futuros planes. Sin embargo, la dura realidad le puso los pies en la tierra. O más bien la cabeza. La culpable: la raíz de un árbol centenario que sobresalía de la tierra como si quisiera ella también alcanzar la cima, salir de la oscuridad del fondo de la tierra. Ella, que conocía bien el terreno, le había lanzado directamente al suelo en medio de su ilusorio viaje mental hacia las estrellas. En otras palabras: le había cortado las alas. Le había puesto los pies en la tierra. Maldijo a la estúpida raíz. Su enojo no le permitía apreciar que en realidad, solo estaba ayudándole en su difícil camino. Pronto  pude ver que toda esa euforia inicial era solo un espejismo, quizás causado por el calor que empezaba a sentir, o tal vez simplemente por celebrar una victoria antes de tiempo... Observó la pendiente que se elevaba ante él: un nuevo reto, un nuevo desafío al que enfrentarse. Necesitaba recuperar fuerzas. Miró a su derecha y se encontró con una zona a la sombra. Decidió parar a descansar. Lo consideraba necesario para ser capaz de superar la siguiente etapa con éxito. Al menos, eso es lo que el golpe sufrido le estaba tratando de advertir. Se sentó bajo un árbol y miró hacia abajo. Mientras se refrescaba un poco, disfrutó de las vistas. No se había dado cuenta hasta ese momento del gran trayecto recorrido, ya que estaba obcecado en valorar los metros restantes hasta la cima. ¡Vaya! ¡Qué maravilla! Podía ver muy a lo lejos el punto en el que su viaje había comenzado. ¡Ya he recorrido todo ese tramo! En este momento su motivación aumentó. Como si de una novela fantástica se tratará, sintió que había encontrado la llave secreta para superar el siguiente nivel. No debía mirar hacia arriba con temor a lo que estaba por venir, sino que debía observar el tramo recorrido, regocijándose de la eficacia del trabajo realizado. Y así fue como lo hizo. Al final de cada tramo, de cada etapa superada, lograba sentarse a la sombra y dedicar unos minutos a la autocomplacencia: el tramo recorrido cada vez era mayor, y el tramo por recorrer, aunque se presentaba cada vez más empinado, ya no parecía tan difícil. Continuó su viaje, disfrutando de puestas de sol increíbles que se quedaron grabadas en su retina, así como noches estrelladas que le regalaron un espectáculo mayor que el de unos fuegos artificiales. También conoció a otros aventureros como él. Personas que se beneficiaron de su ayuda, y otras que fueron un apoyo en los momentos más complicados. 
Por fin, un buen día, llegó a la cima. No era como se lo esperaba, como se había imaginado al comenzar el trayecto. Pero claro, ¿quién le iba a decir a su “yo inicial” todo lo que viviría y lo que aprendería hasta lograr su objetivo? Recibió un soplo de aire fresco. Sabía a libertad. Dio un giro de 360 grados y grabó en su mente la panorámica de su momento de éxtasis. Jamás lo olvidaría. Y disfrutó. Vaya si disfrutó de ese momento tan ansiado, de ese final tan merecido. Espera... ¿he dicho final? Para nada. El final de algo es siempre el principio de otra cosa. Y eso lo tenía claro. Le pesaba la mochila de todo lo que había recogido a lo largo de su viaje. Pero él era otra persona diferente. Se había marcado un límite, un objetivo. Y allí estaba. Ahora no se iba a quedar ahí parado. No. Se acomodó junto a una roca a disfrutar de las vistas mientras el solo acariciaba su piel, dándole la enhorabuena. Entonces lo vio. Vislumbró aquello que no había podido apreciar desde el punto de partida de su viaje. Otro pico más elevado. Nuevas sendas por descubrir. ¿El final? Jamás. El comienzo de algo nuevo. Se levantó, sonriendo, tarareando: “izquierda, izquierda, izquierda - derecha - izquierda”





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