EL JARDÍN DE BABEL

¿Es posible conseguir que alguien se enamore de una lengua en 30 minutos? Nada es imposible, según dicen. Aunque quizás sea complicado. Pero, y si cambiamos la pregunta de perspectiva… ¿Es posible despertar en alguien el interés por una lengua en 30 minutos? Algunos escépticos dudarán sobre ello, pero yo puedo confirmar que sí, se puede.
Hace un par de semanas tuve la oportunidad de participar en un proyecto fantástico: mis compañeros del master y yo, dentro del programa de una asignatura, ofrecimos micro-clases de 30 minutos de 11 lenguas distintas para todo aquel que tuviera un mínimo interés por descubrir un idioma diferente en la Universidad de Sevilla. En el programa se ofertaban desde las lenguas más conocidas (como el inglés, el francés o el italiano) hasta las más lejanas y exóticas (como el chino, el árabe, el griego o el ruso), pasando por aquellas que tenemos más cerca, pero que nos pasan siempre desapercibidas (como el gallego o el catalán). La idea era dar la clase en el idioma meta, sin usar el español, ayudándonos de gestos u otro tipo de elementos para que nuestros alumnos supieran a lo que nos referíamos. En conclusión: una pequeña inmersión lingüística.
Tras días de preparativos y muchos, muchos nervios, llegó el día de darlo todo, de vender nuestra lengua de la mejor forma posible, y de lograr algo que para muchos puede parecer imposible: que el alumno sienta emoción al aprender palabras nuevas, sonidos desconocidos, o incluso elementos culturales que ignoraban.
Algunos de nosotros tuvimos la suerte de poder dar las clases de nuestro propia lengua y cultura (como fue mi caso con el gallego). Otros, sin embargo, impartieron clases de idiomas para ellos desconocidos (chino, portugués, árabe…). Hacia ellos muestro mi mayor admiración, ya que siendo una tarea más complicada, pusieron más cariño y empeño por lenguas ajenas que algunos de los que promocionábamos nuestro propio idioma. De todas formas, la actividad fue un éxito general y rotundo.
Personalmente, me emocionó mucho ver que mi aula se llenó en las tres sesiones que impartí, cuando no consideraba que el gallego fuera una lengua de interés fuera de Galicia. Mis nervios iniciales se fueron convirtiendo en una enorme sonrisa al ver como, tras acabar mis explicaciones, mis “alumnos temporales” no abandonaban la clase inmediatamente, sino que se paraban a preguntarme cuestiones sobre la lengua y la cultura de mi terriña. ¿Y cómo no sentirse orgullosa en ese momento de venir de donde vengo? Y es que, no sé si fue porque Galicia se vende muy bien sola, si porque mi primera experiencia dando clases fue exitosa, o porque todavía existimos personas a las que nos apasionan las lenguas minorizadas o poco conocidas; pero el ver a un andaluz diciendo “qué riquiño” con ese arte que tienen, no tiene precio.

Al final de la jornada, recogimos los frutos de nuestro pequeño gran jardín, orgullosos los unos de los otros, sonriendo en nuestras 11 lenguas. Porque, al fin y al cabo, el jardín lo creamos entre todos. Porque ese día fuimos un verdadero equipo.


Comentarios

Entradas populares